Tenemos un largo camino por recorrer, el primer paso para lograrlo es el 6º Festival Internacional de Cuentacuentos Rompenubes en el PRAE Valladolid. Si deseas conocer más sobre este insólito y atractivo proyecto aquí tienes el enlace. Además, queremos compartir generosamente contigo uno de los Cuentahuertos para que lo leas con tus hijos y os divirtáis tanto como lo hemos hecho nosotros al escribirlo.
Saludos y buenas historias.
“¡Eh humanos, aquí abajo!
Soy el Cuentahuertos. Me como lo que hay en tu cesto, la nariz te retuerzo y con un ojo tuerto, cuento historias que te dejan boquiabierto. Voy a contaros sin inquina, la verdadera razón de por qué os fascina tanto la Naturaleza, para dejaros de una pieza…
Hace ya unos miles de años, las aves llegaron a un acuerdo entre todas: en vista de que los humanos inofensivos parecían, hablarían una lengua que sólo unos pocos comprenderían: “El lenguaje verde” (que no es un insulto ni muerde). Muy pronto se estrecharon comunicaciones. Las aves, además de cantar canciones, ¡ya ves!, eran mensajeros, informaban sobre secretos verdaderos y colaboraban en bienes comunes que hacían la convivencia más agradable, la hable quien la hable.
Muy pronto la abundancia y la armonía propiciaron la convivencia ideal, pero el ser humano discrepaba de lo que tenía siempre al final: ¿quién sería entonces el animal?
Atesoraba con exceso, se apoderaba de lo ajeno y competir por tener más, fue su veneno letal. Los animales al Hombre de su error advirtieron, sin embargo, se extendió el rumor del buen sabor que tenían las aves asadas al fuego. Al humano le creció el ego y le mermó su valor. En toda la tierra era sabido, sin embargo, de forma inesperada, el ser humano mató millones de bandadas. Como castigo, la Banshee del bosque, el hada, grabó sobre una piedra que el ansia humana sería eterna y jamás saciada, que incluso hasta nuestros tiempos llegara.
Desde entonces, las aves ya no hablan la lengua verde y el Hombre no es ayudado cuando se pierde. Los animales huyen de su presencia, salvo los domesticados (la del perro, ¡qué paciencia!). Como por una especie de recuerdo subconsciente, hoy en día la gente, ama a los animales, las plantas, las piedras… ¡y hasta los minerales! Aman el aire que respiran… también huelen la basura que tiran. Quién sabe si algún día las aves nos perdonarán y a dirigirnos la palabra volverán.
Lo que está claro y hay que decir, es que, si algún día nos hablan y no estamos muertos, los primeros en oír serán los que estén cerca de un huerto. Amando a los tomates colgantes, los guisantes rodantes, las cebollas de lágrimas llenas, las ciruelas y los aguacates, los espaguet… ah esos no. Las abejas aguijonadas, los ajos desparramados, los espárragos agarrados, las cejas de las cabezas de las ovejas, las patas de los topos que se topan con las patatas y las calabazas que tapan las matas donde habitan las garrapatas. Los ojos de lentejas de los gansos, los trazos de los patos y las trazas de los garbanzos de Betanzos. Los sapos cojos que dan saltos a bandazos por las malezas y matojos, el hinojo anisado, el romero estirado, los hijos de las cornejas sin cejas y los vergonzosos corzos. Los osos perezosos haciendo caca, el orégano y la albahaca. Los gorgojos gozosos, las absurdas pulgas que urgan y se purgan en la turba, donde el grillo, del bocadillo, salta al calzoncillo y el abuelo le dice: ¡pillo, tubérculo! Y baja por la rodilla el grillo cayendo en un pepinillo. Así de sencillo termina este Cuentahuertos, quienes no amen, serán todo defectos. Que cada cual se aplique su cuento, y el que no, se lo llevará el viento. Zanahoria a zanahoria, victoria a victoria, fin de esta historia. Guárdala en tu memoria.”